Introducción

A los mexicanos de hoy en día, todavía nos sorprende la realidad de que somos parte indígena y parte española. 
A muchísima gente todavía le cuesta mucho trabajo vivir en paz con esta situación.
Todos los mexicanos somos en gran medida, aunque en distintos porcentajes, una mezcla de estas dos fuentes de material genético y cultural.
Si algún día pretendemos ponernos de acuerdo como país, para salir adelante, yo considero que primero antes que nada, deberemos reconciliarnos con esta realidad: somos mexicanos mezcla de indígenas y españoles.
Esta mezcla ha dado resultados inusitados, tanto para bien, como para mal, pero aquí en este Blog, nos vamos a dar a la tarea de explorar uno de los resultados, a mi parecer, más afortunados que han surgido de este encuentro entre dos mundos:

El Pan dulce mexicano.


El pan nace del trigo y el trigo vino de España.


Lo trajeron los conquistadores y sin él sencillamente no habría pan en esta parte de América.

Por supuesto que tarde o temprano alguien lo hubiera traído si no hubieran sido ellos, pero en este caso fueron los españoles quienes no solo lo trajeron, sino que, ayudaron a arraigar al pan en esta tierra.
Los españoles muy habituados a su consumo diario empezaron a sembrar trigo y empezaron estos sembradíos a quitarle terreno al su gran majestad mesoamericana: el maíz.

Claro está que la compenetración que existía y sigue existiendo entre los habitantes de estas tierras y el maíz va más allá de lo nutricional o gastronómico y se adentra profundamente en lo cultural hasta llegar al ámbito espiritual.

Por eso el pan jamás habría de desplazar a la tortilla ni al tamal sino que más bien se miraron frente a frente y se dieron cuenta de que podían coexistir sin ningún problema en esta tierra.

Así, el trigo fue recorriendo el territorio de la Nueva España pasando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo donde los locales lo adoptaban con alegría y le daban formas y sabores propios de su cultura e idiosincrasia.

Una vez más, como en el arte o la arquitectura, la técnica europea se fusionó con la creatividad nativa y los resultados fueron asombrosos. Sabores y formas que jamás hubieran podido imaginar en Europa, que hoy en día afortunadamente seguimos disfrutando y que a través de fotos y palabras busco que celebremos con mucha alegría, como si se tratase del tesoro más grande y valioso del mundo, que de hecho creo que en efecto lo es.

Una aclaración muy importante que voy a estar reiterando continuamente en las publicaciones de este blog es que todo lo que yo escriba, no pretende bajo ningún punto de vista ser la última palabra sobre panadería o sobre la historia de ninguna pieza de pan. Todos los datos que yo escriba deberán se corroborados, ya que muchos serán obtenidos de pláticas informales con panaderos y en búsquedas desesperadas en la red.

Muchos comentarios serán opiniones personales y habrá muchas especulaciones, así que todo deberá ser leído con un espíritu lúdico que ojalá sea el impulso inicial para motivar futuras investigaciones mucho mas serias. 

Por el momento, ahí los dejo con este video de la película de 1951 ¡Ay amor... cómo me has puesto! donde el maravilloso Tin-Tan le canta al pan y a los panaderos.