En el 2005 íbamos a viajar mi cuate Lalo y yo a la ciudad de Los Angeles California.
Entre las múltiples misiones del viaje estaba la de visitar a sus tíos que viven al sur de L.A.
De regalo, Lalo les llevaba una charola de Garibaldis de la panadería El Globo, debido a que este pan es el favorito de su tía.
El día que salía nuestro vuelo para allá yo decidí que en vez de ir al aeropuerto era mejor ir al dentista en un lapsus brutus de tamaño monumental y cuando me di cuenta en la sala de espera de mi dentista que el vuelo salia en tan solo una hora ya era demasiado tarde para rectificar mi grave error.
Alcancé a llegar al aeropuerto tan solo para decirle a Lalo que corriera hacia la puerta de abordaje y que se olvidara de mi que yo trataría de tomar un vuelo posterior.
En el frenesí de la carrera por alcanzar el vuelo, Lalo olvidó la charola de Garibaldis en la puerta de chequeo de seguridad.
Era ahora mi responsabilidad comprar una nueva charola y llevarla sana y salva hasta California.
Afortunadamente al día siguiente pude llevar una nueva y reluciente charola de Garibaldis sin mayores contratiempos hasta su destino.
Esa es mi anécdota con los Garibaldis.
Y es que la verdad si que existe algo muy especial en está pieza de pan que hace que valga la pena todo el esfuerzo de llevarla mas allá de nuestras fronteras.
Es la combinación de sabores y texturas una vez mas lo que hacen de este pan uno muy especial.
Lo dulce de la gragea que aveces también es un poco agridulce en si misma, combinado con el sabor ácido de su mermelada y lo suave del pan en contraste con lo granuloso de los chochitos hacen de esta pieza toda una experiencia memorable.
Los Garibaldis nacieron justamente en México en la pastelería El Globo la cual fue fundada en 1884 y cuyo local se encontraba en lo que hoy es la esquina de Madero e Isabel la Católica que irónicamente hoy es ocupada por una famosa franquicia de pollo frito. El Garibladi fue creado por del dueño y fundador del Globo, el Sr. Tenconi de origen italiano.
Como muchos otros pasteleros franceses e italianos que se habían asentado ya hacía tiempo en México, el Sr. Tenconi había comenzado a trasladar recetas que eran especialidades de la repostería como los condes y las orejas hacia las bizcocherias, de manera similar a lo que había sucedido en otro tiempo con los panes de convento. Así nació el Garibaldi que es un panquecito cubierto con una delgada capa de una mermelada de chabacano y cubierto con gragea. El secreto de un buen Garibaldi es, además de una buena masa, que la mermelada sea realmente de chabacano. Estas delicias deben su nombre al héroe italiano Giuseppe Garibaldi, padre de la Italia unificada que anduvo haciendo proezas militares también en Sudamérica y que simpatizó con el liberalismo mexicano, del cual, el señor Tenconi seguramente era admirador.
Entre las múltiples misiones del viaje estaba la de visitar a sus tíos que viven al sur de L.A.
De regalo, Lalo les llevaba una charola de Garibaldis de la panadería El Globo, debido a que este pan es el favorito de su tía.
El día que salía nuestro vuelo para allá yo decidí que en vez de ir al aeropuerto era mejor ir al dentista en un lapsus brutus de tamaño monumental y cuando me di cuenta en la sala de espera de mi dentista que el vuelo salia en tan solo una hora ya era demasiado tarde para rectificar mi grave error.
Alcancé a llegar al aeropuerto tan solo para decirle a Lalo que corriera hacia la puerta de abordaje y que se olvidara de mi que yo trataría de tomar un vuelo posterior.
En el frenesí de la carrera por alcanzar el vuelo, Lalo olvidó la charola de Garibaldis en la puerta de chequeo de seguridad.
Era ahora mi responsabilidad comprar una nueva charola y llevarla sana y salva hasta California.
Afortunadamente al día siguiente pude llevar una nueva y reluciente charola de Garibaldis sin mayores contratiempos hasta su destino.
Esa es mi anécdota con los Garibaldis.
Y es que la verdad si que existe algo muy especial en está pieza de pan que hace que valga la pena todo el esfuerzo de llevarla mas allá de nuestras fronteras.
Es la combinación de sabores y texturas una vez mas lo que hacen de este pan uno muy especial.
Lo dulce de la gragea que aveces también es un poco agridulce en si misma, combinado con el sabor ácido de su mermelada y lo suave del pan en contraste con lo granuloso de los chochitos hacen de esta pieza toda una experiencia memorable.
Como muchos otros pasteleros franceses e italianos que se habían asentado ya hacía tiempo en México, el Sr. Tenconi había comenzado a trasladar recetas que eran especialidades de la repostería como los condes y las orejas hacia las bizcocherias, de manera similar a lo que había sucedido en otro tiempo con los panes de convento. Así nació el Garibaldi que es un panquecito cubierto con una delgada capa de una mermelada de chabacano y cubierto con gragea. El secreto de un buen Garibaldi es, además de una buena masa, que la mermelada sea realmente de chabacano. Estas delicias deben su nombre al héroe italiano Giuseppe Garibaldi, padre de la Italia unificada que anduvo haciendo proezas militares también en Sudamérica y que simpatizó con el liberalismo mexicano, del cual, el señor Tenconi seguramente era admirador.
Este es un Garibaldi